viernes, 9 de mayo de 2008

Oscuro despertar

Se despertó en la más completa oscuridad. Tuvo que pestañear varias veces sólo para asegurarse de que tenía los ojos abiertos y no se había quedado ciego. Notaba la lengua pastosa y la cabeza le daba vueltas. Aturdido, intentó recordar qué había pasado. Lo último que recordaba era que estaba volviendo de una fiesta en casa de unos amigos cuando un policía le hizo señas para que se detuviera. Estaba algo preocupado porque había bebido algo en la fiesta y no quería que le multaran por conducir borracho. El policía le había obligado a salir del coche y luego no se acordaba de nada más.

Empezó a tener la sensación de que se producían movimientos furtivos a su alrededor. Un susurro a su izquierda. Una fricción a su derecha. Un chirrido a su espalda. Quizás eran sólo imaginaciones suyas pero lo dudaba. Algo le corrió por la cara. Se incorporó y se paso las manos por el rostro de forma frenética. Algo del tamaño de una nuez le cayó en el pelo. Gritando, se golpeó con la palma de la mano en la cabeza pero no sirvió de nada.

Una araña, se dijo. Tengo una maldita araña en la cabeza. No había nada que odiase más. Demasiadas patas. Cuando era pequeño, sus primos le encerraron en un túnel lleno de arañas y no paró de gritar hasta que le sacaron de ahí. La sensación era la misma que entonces, sólo que aquella vez había luz para poder ver dónde estaban aquellos condenados bichos. Ahora no sabía dónde estaba ni cuántas de esas cosas había. Bueno, eso no era del todo cierto; sabía dónde estaba una de ellas.

Comenzó a moverse mientras se deslizaba los dedos por el pelo hasta que se golpeó contra una pared. Al fin la encontró; la criatura se revolvió entre sus dedos y con una sensación de puro asco se sacudió la mano hasta que notó como reventaba aquella cosa contra la pared. Una sustancia viscosa le impregnó la palma de la mano; le escocía como si hubiese tocado una ortiga. Se restregó la mano contra la pared y tocó lo que parecía un rectángulo de plástico. Notó un botón. Que sea un interruptor, se dijo. Por favor que sea el maldito interruptor de la luz.

Pulsó el interruptor. Fue como si se hubiera hecho de día en un instante. Parpadeando, la primera cosa que vio fue la marca que había dejado su mano en la pared al matar a la araña. Parecía una pintura rupestre. Entonces se giró y el martilleo de su corazón en los oídos se detuvo en seco. Todo se detuvo. Al otro lado de la sala se encontraban tres cadáveres pulcramente alineados contra la pared. Tenían las manos cruzadas sobre el pecho, como si simplemente estuvieran descansando, lo cual era absurdo, viendo la carnicería que habían hecho con ellos. No te desmayes, se dijo. Por lo que más quieras, no te desmayes.

No se desmayó, pero gritó hasta que algo cedió en su cabeza y su cuerpo quedó rígido por el pánico que sentía. Una puerta se abrió y apareció un hombre al que reconoció al instante. El policía llevaba el uniforme embadurnado de sangre y lucía una sonrisa de oreja a oreja. En una mano llevaba un enorme cuchillo de carnicero que no dejaba ninguna duda acerca del origen de toda esa sangre.

-Ya despertaste. Bien- Su sonrisa se ensanchó todavía más mientras le miraba-. Me gusta que mis amigos estén bien despiertos cuando juego con ellos y ahora te toca jugar a ti. Verás que divertido-. Comenzó a reírse mientras avanzaba hacía él como si fuera la cosa más graciosa del mundo. Y quizás lo era.

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